“Póngase Usted a Bailar, que Nosotros Llegamos”

Reverencia a Cuban Pete, en el filme «La Máscara»
Autor: José Antonio Orellán

José Antonio Orellán, entre otras cosas, es Ingeniero de Sistemas, melómano, productor musical y conductor de un espacio radial dedicado al Jazz y sus influencias.

El “Sueño Americano”, la eterna quimera perseguida por millones, los más afortunados lo han cristalizado, otros no han parado de cejar en el intento, mientras que otros se conforman con saber que lo intentaron.

            En los albores del Siglo XX el intercambio comercial en América allanó el camino al intercambio cultural y con ello una amalgama de sonoridades nacidas en ese crisol cultural que constituye Nueva Orleans, suerte de Torre de Babel en la que los angloparlantes, francoparlantes e hispanoparlantes encontraron en la música el vehículo perfecto de comunicación con el jazz como mensajero.

Jelly Roll Morton

En el corazón de los vodeviles la música impregnaba cada espacio, lo propio ocurría en los diferentes bares donde concurrían marinos y viandantes al caer la tarde. Entre los músicos más aclamados se encontraba Jelly Roll Morton, el mismo que se arrogó la genialidad de haber creado un nuevo género musical, por lo que se autoproclamó como El Hombre que Inventó el Jazz, título que por cierto nadie le refutó, y quien sugirió que el atractivo de su música era el aporte del  Latin Tinge.

El río Mississippi y sus inmensos barcos a vapor como atractivo turístico, con una música alegre y contagiosa  fue entregando el mensaje que otros llevaron a polos de desarrollo como Chicago, Kansas y Nueva York; mensaje que los músicos de aquellas urbes asimilaron y que fueron generando un efecto de bola de nieve que movió a los músicos a satisfacer las necesidades de entretenimiento y diversión. En estas incipientes bandas originalmente conformada por negros, se fueron colando miembros de  otros ghettos, entre ellos los hispanos o latinos y judíos, solo por citar un par.

Paulatinamente comenzaron a descollar figuras en aquellas ampulosas bandas. De acuerdo al musicólogo Cristóbal Díaz Ayala, para 1929 el cubano Rod Rodríguez era el pianista de la banda de Jelly Roll Morton (¿De allí el tinte latino?), posteriormente se agregarían nombres como Alberto Socarrás, Nilo Meléndez,  el boricua Juan Tizol con la Big Band de Ellington,  Mario Bauzá con el showman y director de orquesta Cab Calloway; luego aterrizaría quien sería su cuñado Frank “Machito” Grilllo, entre muchos. Es la era del swing y la demanda de los ballrooms daba espacio para la variedad, de modo que con formatos de Big Band entran a escena con propuestas exóticas orquestas como las de los catalanes Xavier Cugat y Enric Madriguera, algo parecido hacía en Gran Bretaña el venezolano Edmundo Ros.

Durante la estadía de Mario Bauzá en la sesión de vientos de la orquesta de Cab Calloway, tuvo la oportunidad de conocer e intercambiar impresiones con el también trompetista Dizzie Gillespie, quien sentía una gran curiosidad por la sonoridad de los tambores y la proximidad con sus ancestros, tal fue el sentido exploratorio de Gillespie y su cada vez mayor atracción que Bauzá le presentó a un amigo percusionista cubano, a quien llamaban “Chano” Pozo, un negro ñáñigo, con conocimiento profundo del tambor y su conexión espiritual con sus deidades a través de su vínculo con la cofradía Abakuá. Pozo y Gillespie de inmediato hicieron alianza, ya en la ecuación previa estaba incluida una variable de mucho peso, Charlie Parker, renovador y genio del saxo alto.

Chano Pozo y Dizzy Gillespie

Este triunvirato fue dando forma a una sonoridad que emergió de manera oportuna recién finalizada la Segunda Guerra Mundial, y en la que adquiría un rol protagónico la  percusión afrocubana aportada por Chano, la cual entremezclada con las armonías del Jazz y los patrones  que venían desarrollando Parker y Gillespie sembró los cimientos de una propuesta que  bautizaron como Be Bop.

La vida de Chano Pozo fue tan vertiginosa como efímera y murió en un extraño incidente en Nueva York, su vacío en la orquesta de Gillespie lo ocupó su primo, “Chino” Pozo; sin embargo ya el “mandado estaba hecho”, el exotismo de los tambores afrocubanos que aportó “Chano” al jazz inició una demanda de percusionistas de parte de las diferente bandas en EEUU, de igual manera en el paquete se incluyeron instrumentistas y arreglistas.

Mongo Santamaría y Armando Peraza

Entre los tamboreros mayores que partieron en busca de expandir sus horizontes se cuentan a Armando Peraza, Ramón “Mongo” Santamaría, Cándido Camero y Carlos “Patato” Valdés, figuras escolásticas y reverenciales.  El jazz ha ampliado sus sonoridades y se extiende por el Orbe. En la capital de El Mundo, Nueva York, la demanda de mano de obra aunado a las carencias en países hispanoamericanos son el caldo de cultivo para que una oleada de migrantes del Caribe aterrice en procura de estabilidad y un mejor futuro. Es justo decir que para el ciudadano del Caribe la música es parte esencial del equipaje, es su patrimonio, la conexión con su centro, con sus orígenes; de modo que además de la

música americana que se escuchaba en las estaciones radiales, se fueron agregando en las calles las notas del son, la guaracha y el guaguancó, sumándose la bomba y la plena puertorriqueña, así como el merengue dominicano; ritmos que al principio se ejecutan de manera semi clandestina en el barrio, pero que fueron progresivamente conquistando espacios.

   La música además de ser una manifestación que identifica la cultura de los pueblos, es un negocio, y como negocio el inversionista busca obtener los mayores réditos y en el modelo de negocio hay la posibilidad de generar fuentes de empleo y con ello construir y solidificar las economías. En “La Gran Manzana”, Max Hyman, ciudadano de origen judío, regenta una Sala de Baile o Ballroom llamado Palladium. Max, como todos le llaman, preocupado por la caída en las ventas e intentando mantener el negocio a flote se le ocurre la idea de explorar un nuevo mercado, el mercado hispano. La materia prima estaba allí, y era materia prima de calidad, eran bandas y orquestas que seguían el modelo de las Latin Jazz Band del momento, el triunvirato conformado por Tito Puente, Machito y sus Afrocubanos, y Tito Rodríguez.

Triunvirato: Tito Rodríguez – Machito y Tito Puente
Millie Donay y Cuban Pete

Max Hyman inicia su proyecto con un día a la semana para bailar música latina, selecciona los miércoles, nada que perder comercialmente, es el “día muerto”  del negocio y los ingresos son bajos; sin embargo la sorpresa de Mr. Hyman fue mayúscula al ver como la afluencia de clientes mejoró hasta desbordar la capacidad del local y verse en la necesidad de convertir su Palladium Ballroom en  el Templo de la Música Latina, con presentaciones a diario de orquestas y bandas latinas.

Las orquestas “latinas” en una ciudad multi étnica como Nueva York, difícilmente tenían una identidad o nacionalidad pura, de modo que influenciados por el jazz americano y  tomando patrones de la música cubana como el son, la guaracha, el mambo y el guaguancó, se emparentaron con la bomba y la plena boricua y el merengue dominicano; por ello además de músicos de las Antillas Mayores, por igual confluyeron los genios de músicos  de ascendencia judía como Barry Rogers, los hermanos Kahn (Harlow), o los italo-americanos Palmieri, solo por mencionar figuras que han dejado profunda huella.

La música latina irrumpió en América para conquistar el Mundo con la consigna:

Póngase usted a bailar, que nosotros llegamos”.

Fotografías: Tomadas de internet.

Nota de redacción: La expresión que titula este artículo es tomada del estribillo de la canción «Llegamos», composición de Ángel Lebrón.

Esto apenas comienza, esta historia continuará….

Azúcar al 100 % (Celia Cruz)

Celia Cruz
Autor: Alberto Naranjo

Alberto Naranjo (n. 14/09/1941 – m. 27/01/2020) Arreglista, director de orquesta, musicólogo. Una referencia a la hora de estudiar la Música de la Ciudad.

En esas largas listas de reseñas musicales, siempre nos encontramos con unos cuantos protagonistas responsables de haber ido componiendo la historia poco a poco. También observamos otros que simplemente engrosan un interminable ir y venir, sin más mérito que su fugaz pasantía y un inevitable olvido. Por eso siempre se ha dicho que “no es difícil llegar, sino mantenerse”. Aunque esto no revela el esfuerzo que muchos artistas tienen que realizar para poder perpetuarse a pesar de las modas de cualquier época; menos aún cuando son las modas de las épocas las que se adaptan a algún artista. Entre estos privilegiados artistas existe un capítulo único en las memorias de la música caribeña escrito con jubilosa gloria y exagerada solvencia por Celia Cruz, quien, con su particular expresión, ha logrado que una generación tras otra no haya puesto ningún reparo en dejarse seducir por su contagiosa alegría.

La vigorosa relación entre Celia Cruz y su público comenzó a gestarse comenzando la década del cuarenta, cuando debuta en La Corte Suprema del Arte; un espacio radial de la emisora CMQ, que servía como caldo de cultivo para otros espacios musicales estelares de la radio habanera. De allí, Celia Cruz pasó a la emisora Mil Diez, lo que le permitió actuar personalmente en distintos barrios de La Habana, dado el carácter ambulante de la programación de esa emisora, con el beneficio de un contacto más directo con el público.  Dicha estación había sido lanzada hacia 1943 por el Partido Comunista Cubano, el cual se había venido desarrollando a raíz de la Segunda Guerra Mundial cuando los Estados Unidos de Norteamérica pactaron con Rusia. Mil Diez tuvo mucho éxito gracias a su programación musical, ya que las mayores corporaciones radiales en Cuba  habían concentrado su atención en las novelas, restándole importancia a la música. Por allí desfilaron los mejores compositores, cantantes, músicos, arreglistas y directores cubanos; no necesariamente por que tuvieran una afinidad comunista, sino por la única oportunidad que esta emisora les brindaba.

Celia con las Mulatas de Fuego

Celia Cruz fue una de las atracciones exclusivas de Mil Diez durante 1943 y 1948, hasta que le llegó una oferta para viajar a México con el ballet Las Mulatas de Fuego, dirigido por Federico Rodney. De México viajaron a Venezuela, en donde la agrupación se disolvió. Aunque la mayoría de los conducidos por Rodney optó por regresar a Cuba, Celia Cruz decidió probar suerte en Caracas. Actuó en el Hotel Majestic y con la Sonora Caracas, así como en Radio Cultura respaldada por la orquesta de Rafael Minaya y en Radio Caracas bajo la conducción de Luis Alfonzo Larrain. Durante ese período es contratada por el empresario disquero Nemías Serfaty, para que grabe con la orquesta Leonard’s Melody de Leonardo Pedroza un disco de 78 RPM para el sello Turpial, en un estudio de grabación ubicado en los altos del Teatro Nacional. Después de aquel legendario Diamante Negro interpretado por Alfredo Sadel, este disco de Celia es el segundo que se graba en Venezuela profesionalmente. En él se incluye La Mazucamba, un tema difícil para la voz ancha y grande de Celia, pues hay que cantar su versos con mucha rapidez, pero ella, con su talento, con su dicción perfecta, lo negocia sin problemas. Igual que pasara con las orquestas de Minaya y Larrain, Celia logra que Pedroza y su gente se adapten a su estilo.  

Celia con la Sonora Matancera

Celia Cruz regresa a Cuba en 1949 y comienza a actuar en Radio Cadena Suaritos, una emisora que hizo con una labor similar a la de Mil Diez por la música cubana. Nuevamente impresiona Celia por su perfecta adaptación a su nuevo ambiente musical, pero como los programas de la estación eran grabados, faltaba esa relación directa entre artista y público. Aún así la popularidad de Celia sigue en ascenso, hasta que le llega en 1950 la invitación de la Sonora Matancera para cubrir la vacante dejada por la puertorriqueña Myrta Silva. Participa en un programa exclusivo de la agrupación, lanzado por Radio Progreso en vivo y ante público. El resto es historia. Luego de vencer la resistencia de los seguidores de la Matancera que añoraban el desmesurado estilo de Myrta Silva, teniendo que enfrentarse a Celia, un milagro musical, pero más comedida y señorial que la boricua, por añadidura haciendo la transición desde las grandes orquestas hasta las limitaciones de un conjunto, sin mucha posibilidad para realizar matices musicales y complejos arreglos con más posibilidades armónicas, así que la tarea no era sencilla. En ese sentido, Celia perdía con la Sonora; pero ganaba un público diario y en directo; ganaba el acompañamiento de una agrupación de mucho arraigo concebida aparentemente para el lanzamiento de grandes vocalistas, y poco después, ganaba el acceso a grabaciones comerciales con el sello Seeco. Obviamente, esta inspirada Celia Cruz en su etapa matancera es distinta a la solemne de Mil Diez, o quizás, a la muy circunspecta que grabara en Venezuela; se trataba de una Celia Cruz mucho más madura, dispuesta a comenzar una jerarquía que aún detenta, no importando los años ni sus modas.

La Reina, Celia Cruz y El Rey, Tito Puente

La estadía de Celia Cruz con la Sonora Matancera se prolongó durante 11 años, nutridos de grabaciones y viajes por Norte, Centro y Suramérica, el Caribe y Europa, aunque hacia 1960, la agrupación toma un nuevo rumbo y se radica en México. Celia permanece con sus compañeros durante un tiempo, pero decide viajar en 1961 a New York en dónde se le presenta la oportunidad de grabar junto a Tito Puente. Se radica allí desde entonces, para seguir grabando como solista, o colaborando con Estrellas de Fania, Johnny Pacheco, Sonora Ponceña, Ray Barretto y Willie Colón, viajando además por diferentes paises para consolidarse como un icono universal de la música, al punto de que a menudo ha sido comparada con Ella Fitzgerald, en ocasiones con Sarah Vaughn, quizás con el propósito de otorgarle un título de equivalencia monárquica, aunque ello sea innecesario. Celia Cruz ha enloquecido a una multitud en Helsinki o festejado en París, Roma y Amsterdam; ha recibido una estrella en el Hollywood’s Walk of Fame, un doctorado honoris causa en la Universidad de Yale, y un reconocimiento especial del National Endowment for the Arts, aunque su mayor tesoro es el constante aplauso de su público, incluyendo el de todos los cubanos, al margen de cualquier intriga política, venga esta de donde venga.

Celia, infinidad de colaboraciones

Celia Cruz nació el 21 de Octubre de 1924 en el Barrio Santo Suárez de La Habana, Cuba. Segunda de cuatro hermanos, desde su juventud los entretenía cantándoles. Inevitablemente, decenas de personas en su vecindario comenzaron a percatarse desde muy temprano como su peculiar vozarrón traspasaba las paredes, cortaba el viento, además del porqué de su inmenso talento para la improvisación.

La carrera de Celia Cruz fue prolongada y quiso brindar su genio hasta su último aliento; sin embargo durante una presentación en México en el año 2002, Celia sufrió un percance que posteriormente los médicos diagnosticaron como un agresivo tumor cerebral que lentamente fue minando la otrora enérgica Reina Rumba, hasta que su luz se extinguió el 16 de Julio de 2003.

Nota de Redacción: Este artículo fue publicado originalmente en el vespertino venezolano El Mundo, en Octubre de 2001, su autor es Alberto Naranjo y contiene una ligera actualización de quien suscribe, José Orellán.

Fotografías: Tomadas de Internet.

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